lunes, 23 de agosto de 2010

El triunfo se vende en frasco chiquito
Beatriz Rodríguez

Se hacía tarde. El despertador insistía cada cinco minutos para que me levantase. Mi subconsciente lo callaba queriendo prolongar ese sueño de luchas con gigantes torpes, en las que yo, irónicamente por mis condiciones, tenía las de ganar y me consideraba triunfante.
Agazapado, apoyé mis pies en el banquito que tengo al lado de mi cama, justo del lado derecho. Avancé hacia el cuarto de baño y desdoblé la ropa que había dispuesto encima del inodoro la noche anterior cuando, de pronto, de manera impetuosa y estridente, llaman a la puerta de mi residencia.
¿Quién puede ser tan temprano?, hace ya dos semanas que suspendí el servicio del periódico. Ese joven impaciente que debe servir a los demás y era incapaz de dar tres minutos de su tiempo para yo poder bajar, preventiva y cautelosamente, de mi cama. Al llegar cada mañana a la puerta, ya el jovencito se había marchado con el periódico en mano en su bicicleta, molesto porque le retrasaba la faena. Joven comprenda, si tan sólo se pusiera en mi lugar, murmuraba para mis adentros cuando lo veía calle abajo. A fin de cuentas al largarse, ambos perdíamos, el no percibía el pago completo de sus honorarios, y yo no me enteraba del acontecer nacional.
Terminé apresuradamente de vestirme, cogí mi banquito de madera y, subiéndome en el, observé por la ventana que da hacia la calle principal, a ver quién era el inoportuno que llamaba.
Grande fue mi sorpresa al apreciar la figura del hombre que aguardaba afuera. Era mi hermano, con quién corté comunicación diez años atrás. Siendo sangre de su sangre, le avergonzaba estar cerca de mí, le daba pena ajena y le incomodaba mi presencia.
Recuerdo cuando íbamos juntos a la universidad, quedaba muy cerca de nuestra casa por lo que mi hermano agarraba su bici montañera y yo, mi bicicleta de la infancia.
Se hacía el desentendido y queriéndome mostrar su destreza física, me dejaba atrás, a sabiendas que frente a cualquier situación podría necesitar de su ayuda. Una caída, un piloto distraído, cualquier imprevisto era para mí un doble reto…”resuelve los inconvenientes de la calle con el mismo ingenio con que te destacas en el colegio, querido hermanito”, me gritaba desde más adelante.
- ¿Qué puede necesitar de mí el autosuficiente de Roberto? Me preguntaba a mí mismo.
- ¿Quién llama? Exclamé
- ¡Santos! Soy yo, Roberto. Abre la puerta.
De un salto fui hacia la puerta y con otro salto giré la manilla. Inmediatamente cayó sobre mí su cuerpo pesado y sangriento.
- ¿Qué te sucedió, Roberto? Con mucho esfuerzo, lo fui llevando a rastras hacia el sofá.
Me contó que estacionó como de costumbre frente al gimnasio donde trabaja y rodeado de un grupo de estudiantes fue sometido contra su carro.
Uno de ellos exclamó, de manera desafiante:
Te dejaremos en paz luego de que nos respondas: ¿la cuñada del hijo del hermano de tu tío es?
Al cabo de un minuto sin responder, con un golpe en seco en todo el pecho, cayó sin aire en la acera. No logró descifrar ni la respuesta del acertijo ni la razón por la que le hicieron tal pregunta…
Roberto venía en mi ayuda para encontrar la respuesta. Sabía que desde niño me había destacado por mi ingenio e inteligencia.
-Es la hermana del esposo de tu primo, Roberto.
Con una gran sonrisa en mi rostro, abrí los ojos. Ciertamente necesitaba saber cómo terminaría el sueño.
Y con ayuda de mi banquito de madera, me dirigí a la puerta y la abrí. El joven del periódico tocaba el timbre con insistencia. Pero esta vez yo me levantaba de muy buen humor, así que, por qué no, le di una buena propina.
Los secuestros con lógica están en boga. “Para salir a la calle, cultive antes su ingenio”, divulgan en primera página los periódicos locales.
Estaba feliz, pues no necesitaba tener muchos centímetros de altura para demostrarle a personas como mi hermano que mi rapidez mental era superior a la de él y me sentía orgulloso de ello. ¡Qué irónica es la vida! ¿No les parece? Y, así como lo soñé, sentí que empecé el día triunfando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario