lunes, 6 de septiembre de 2010

¿Quién lo diría?

Recorría la Avenida Bolívar a altas horas de la noche. Como siempre, mi rasgo distintivo me hacía no pasar inadvertido.
Penetré en uno de estos locales nocturnos de moda. No me hizo falta sentarme ya que parado podía otear todo aquello que me rodeaba. Bebí unos cuántos vasos de ron. Ya entonado con el alcohol en mi sangre, comencé la búsqueda de una presa fácil que cayese en mis planes.
Acostumbraba entrar en estos sitios a robar cualquier objeto de valor a menores de edad; desde pulseras hasta carteras, con tal, los muchachos ahí dentro estaban más pendiente del baile y la sonrisa de la pareja que de lo que traían puesto.
Esta vez me había excedido en tragos, tenía los sentidos relentecidos y no contaba con la agilidad que mi fechoría requería.
Con absoluta seguridad de que todo me saldría como siempre, abordé a una pareja de jóvenes que bailaban alegremente en la pista. Desconocía pues, que esta joven, era hija de un político importante y era vigilada por dos guardaespaldas, que tenían de ancho lo que yo de alto. Me cazaron al momento en que palpaba la chaqueta del joven e inmediatamente vinieron hacia mí los hombres que, quizás por mi estado etílico o quien sabe por golpe del destino, me dejaron inconciente tirado en el suelo.
Cuando apenas pude abrir los ojos, hinchados aún por el azote, con la ropa raída, mis manos y cara ensangrentadas, reparé que me encontraba en la comisaría, tras las rejas.
¡Prepárese para declarar!, increpó un policía mientras sacaba las llaves de su bolsillo.
Buscando apoyo a mi alrededor, logré levantarme danto tumbos. Tenía las piernas entumecidas ya que casi no cabían en ese sitio. El hombre abrió las rejas, me esposó y, con una nalgada me hizo avanzar hasta la oficina. No siendo suficiente con el mareo que me soflomaba, bastó un golpe en la cabeza con el marco de la puerta parar caer nuevamente noqueado en el suelo.
Era una silueta de mujer lo que detallaron mis ojos cuando desperté. Su imagen no era cualquier imagen, se trataba de la mujer más hermosa y sensual que en mi vida había visto.
Entre varios oficiales me sentaron derecho en una silla, aunque continuaba deslumbrado por el golpe y la belleza de la fémina.
¿Su nombre?- Preguntó la joven
René Largatto... eso creo - respondí con las fuerzas que me quedaban.
Permítame todos sus documentos - me dijo con cierto aire de nobleza.
Tanteé mis bolsillos sin poder quitarle la mirada de encima a la mujer de enfrente. No tenía ni papeles, ni dinero, ni nada que pudiese sacarme sano y salvo de allí.
Percibía que a la policía yo tampoco le era indiferente. Su trato me parecía más amable que lo que la ocasión ameritaba. Después de hacerme varias preguntas, pidió al compañero que tenía cerca que le trajera la silla más alta que había en el lugar.
Sentada frente a mí, con posibilidad de vernos frente a frente, exigió a los demás que nos dejaran a solas a puerta cerrada.
De un saltó llegó a mis piernas y tiernamente me susurró al oído: sólo serás libre si me juras ser prisionero de este amor...
Ya era hora de encaminar mi vida. Encontré así a la mujer de mis sueños. La besé en los labios como afirmación a su condición mientras planeábamos la manera de que ella conservara su trabajo, saliendo yo ileso de toda culpa menos la culpa más poderosa, la del amor.

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